
¡Oh Virgen María de Guadalupe Madre, Reina y Abogada nuestra! Tú, cuando te dignaste bajar al Tepeyac prometiste que oirías benigna todas las súplicas que te dirigiéramos desde este lugar; hoy que la justicia divina con harta razón nos castiga, venimos a pedirte el cumplimiento de tu promesa. Interpón tu valimiento, colócate entre el justo enojo del Señor y nosotros y desarma su brazo vengador.
Sí, Señora, nosotros lo reconocemos con grande amargura, nuestros crímenes son los que han atraído sobre nosotros tan terribles penas; pero hoy venimos a llorar nuestras ofensas, a pedir perdón de todas ellas, a prometer firme y eficazmente la enmienda, cese ya, Madre amantísima de nuestras almas, cese ya el castigo.
¿No nos ves ya humillados y contritos? ¿Verás sin conmoverte, el dolor que llena nuestros corazones y las lágrimas que brotan de nuestros ojos? Ah no que tú eres Madre, y que además eres fidelísima en cumplir tus promesas, y tú prometiste oír y despachar favorablemente nuestras súplicas.
Con esta confianza me levanto animado a enmendar mi vida y trabajar por mi salvación. Haz Señora, con nosotros brillante ostentación de tu misericordia. En Ti, hemos esperado y no seremos jamás confundidos.
Amén.
Síguenos