top of page

ORACIÓN PARA DAR A DIOS GRACIAS DESPUÉS DE COMULGAR

SAN MIGUEL ARCÁNGEL




Alma santísima de Cristo, adornada de todos los dones del Espíritu Santo, santifícame por una fe viva, por una esperanza firme, por una caridad perfecta, que ni la tribulación, ni la angustia, ni la enfermedad, ni los peligros, ni las tentaciones más terribles me quiten.

¡Oh Alma, que eres naturalmente de Jesucristo! Sé también mía por una asistencia continua, y no dejes de obrar en mí, plantando y aumentando aquellas virtudes

que son propias en mi estado. ¡Ojalá que siempre seas alma y vida de mi alma, dándome esfuerzo y valor para que te imite!

Cuerpo castísimo de Cristo, que naciste por mí de la santísima Virgen María, que por mi salud y remedio te entregaste a una muerte acerbísima, y que has querido en el Santísimo Sacramento del Altar ser comida saludable para mi alma, sálvame: ¡Oh divina Cabeza en la que están todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios, rígeme!

¡Oh lengua de mi Salvador, que tienes palabras de vida eterna, enséñame a hablar! ¡Oh benignísimos ojos de mi adorable Redentor, tantas veces bañados en lágrimas por mí, mirad los míos con misericordia, sanadlos!

¡Oh manos poderosísimas de mi dulce dueño, a cuyo contacto cobran vista los ciegos, vida los muertos, y salud todos los enfermos, quitad de mí las tinieblas de la ignorancia, sanad las enfermedades de mi alma, y dadme la vida de la gracia!

¿Quién me concederá ¡oh hermosos pies de Jesús que tantos pasos disteis para mi rescate! ¿Quién me concederá que yo os abrace con la Magdalena, os dé suavísimos ósculos, y encuentre en vosotros el perdón de todos mis pecados?

¡Oh amabilísimo pecho de Jesús! ¡Oh sagrario de la Divinidad! ¡Oh altar de amor! Te amo como tú me amas. ¡Oh dulcísimo y suavísimo Corazón de Jesús! Quítame este corazón rebelde, este corazón de piedra y dame un corazón de carne, un corazón dócil y obediente a tus inspiraciones. Sangre preciosísima de Cristo, derramada toda por mi amor, ilumina mi entendimiento para que yo me conozca, y limpie las manchas de mi alma, por más sucias y asquerosas que sean.

¿Quién no esperará del Padre Eterno el perdón de todos sus pecados, aunque escodan éstos a las arenas del mar, si te pone a Ti por medianera?

Embriágame, licor divino; fortaléceme, para que, buscando al Esposo de mi alma en todas las cosas de este mundo, ponga todo mi conato en corresponder a todas sus finezas, en padecer con gusto por Él, y en derramar por Él, si se ofrece, hasta la última gota de mi sangre.

Agua purísima del Costado de Cristo, abierto por mí con una lanza, lávame. Sí, lávame más y más, y purifícame de todas las manchas de mis culpas, para que de este modo por el mismo Costado de Cristo pueda yo introducirme hasta su corazón dulcísimo, y morar en él todos los días de mi vida, aprendiendo allí a ser humilde y negarme del todo a mí mismo.

Sudor del santísimo Rostro de Cristo cansado y fatigado por mi amor, vivifícame. Agonía mortal de Jesús, que en el huerto de Getsemaní le cubriste de un sudor copiosísimo de sangre, no te apartes de mi memoria, refrigérame en todas mis penas, consuélame en mis angustias, y sírveme de alivio en mis aflicciones y congojas. Si mi Maestro sufrió tanto por mí, ¿cuánto debo yo sufrir por Él?

Pasión eficacísima de mi Redentor Jesucristo, que quitas todos nuestros pecados por más enormes que sean, confórtame, para que pelee siempre con valor contra todos los enemigos de mi alma. Aliéntame y dame esfuerzo para que llegue, como otro Pablo- ¡Oh buen Jesús! fuente de toda bondad, Dios benigno y misericordioso, óyeme, te suplico, aunque soy un gran pecador; pues no has despreciado jamás un corazón humillado que se arrepiente de haberte ofendido.


Te doy gracias, liberalísimo Bienhechor mío, porque siendo yo una criatura tan vil, te has dignado visitarme. ¿De dónde a mí tanto bien, que vengas a hospedarte a mi pobre casa? ¿Qué te daré yo por el beneficio que me acabas de hacer? Te doy, dulce Dueño mío, mi cuerpo, mi alma, mis potencias y sentidos, todo cuanto soy, y todo cuanto tengo.

No permitas, Jesús mío, que yo me aparte de Ti: pues si te he ofendido tantas veces y con tan gran desacato, ya me pesa de tan vil y fea ingratitud. Haz, pues, las paces conmigo, no me arrojes de tu divina presencia.

Esto te pido, Jesús, por tus sacratísimas llagas, por tu sangre preciosísima, por tu dolorosa pasión y tu muerte ignominiosa. Castígame, pues, en esta vida, y no desprecies un corazón que con ansia te busca. También te pido, Señor, por todas las necesidades de la Iglesia, por el Sumo Pontífice, por los Cardenales, por los Obispos, por los Sacerdotes y las demás personas, del estado eclesiástico, por los Reyes y príncipes cristianos, por todos los que nos gobiernan, por mis parientes y bienhechores, por mis amigos y enemigos, por los infieles, herejes y cismáticos, por los enfermos y afligidos, por los agonizantes, por las almas del purgatorio; y en fin, por todos mis prójimos, para que no nos castigues según merecen nuestras culpas, sino que nos mires a todos con tu acostumbrada misericordia.

Dilata, dulcísimo Jesús mío, las entrañas de tu piedad, y escóndeme entre tus llagas, que son el asilo de los miserables. Muestra, hermano mío amabilísimo, muestra a tu Padre esas preciosísimas llagas de tus manos, pies y costado, para que me conceda por ellas el perdón de todas mis culpas, y de las penas correspondientes a ellas.

Del enemigo malo, que anda por todas partes como un león rugiente, buscando a quien devorar, defiéndeme, Jesús mío, y ampárame siempre con tu gracia, porque no diga él con arrogancia que ha prevalecido contra mí. Salvador del mundo, si tú venciste a todos tus enemigos, ¿por qué yo no los venceré, invocando en mi ayuda los dulcísimos nombres de Jesús y de María

Ea, pues, Amado mío, en la hora triste de mi muerte, cuando todas las criaturas me abandonen, cuando lleno de temor partiere de éste miserable mundo a la casa de mi eternidad, llámame para tu gloria; pues, aunque tantas veces me hice sordo a tus clamores, me pesa de haberte ofendido, y propongo la enmienda desde hoy.

Llámame, Pastor divino, como a una de tus ovejas, pues si en algún tiempo viví descarriado, me pusiste al fin sobre tus hombros y me has sentado hoy a tu mesa. No, Padre amorosísimo, no se pierda en mí el precio infinito de tu sangre: concédeme, te suplico, el don de la perseverancia final.

Y pues me confundo y me arrepiento de haberte ofendido tantas veces, manda, piadosísimo Jesús, que yo al tiempo que de la última boqueada vaya a Ti, a la gloria donde tú estás, sumo y único bien mío, supuesto que para eso me diste el ser nobilísimo que tengo.

¿No me has llamado hoy, sin atender a mis ingratitudes, para que guste de Ti en el Santísimo Sacramento, que es prenda de la eterna gloria? Luego debo esperar firmemente, que algún día llegaré a verte cara a cara en la eterna bienaventuranza. ¿Y cuándo, cuándo Señor, será este día?


¿Cuándo te poseeré, amado de mi alma, sin peligro de perderte? Solamente tú eres capaz de saciarme, inquieto está mi corazón, Dios mío, mientras no consigue esta dicha. Espero, amorosísimo Padre, que algún día has de perfeccionar en mí la obra que comenzaste. No me creaste Dios mío, para arrojarme al infierno, ni para eso me redimiste con tu sangre, sino que me creaste y me redimiste para llevarme a gozar de tu gloria.

Llévame, pues, cuando me muera; pues si ingrato te ofendí, confiado te pido el perdón, presentándole para aplacarte aquella misma sangre que derramaste por mí.

Llévame, Jesús mío, llévame presto a tu gloria, y colócame junio a Ti, para que con los Ángeles y todos los Santos eternamente te alabe, te ensalce, te glorifique y le dé sin cesar las debidas gracias por tus grandes misericordias. Que vives y reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu


Santo, Dios por todos los siglos. Amén.


Síguenos


Entradas relacionadas

Ver todo
bottom of page