
¡Aquí estoy en vuestra divina y real presencia, ¡oh Soberano Señor Sacramentado! sumergido en el abismo de mis iniquidades; pero, al mismo tiempo alentado por vuestra infinita caridad manifestada en ese amoroso corazón que lo veo abierto y manando la preciosa sangre de mi salvación, os pido misericordia y perdón.
Hablad, Señor, hablad, que ya vuestro siervo humilde os oye. No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho: basta que me ames mucho. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, a tu hermano.
¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos; dime enseguida qué quisieras hiciese yo actualmente por ellos. Pide mucho, mucho; no vaciles en pedir, me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí, propios para atender a las necesidades ajenas.
Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los po- bres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos, una palabra siquiera, pero palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa.
Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón, y ¿no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón más especialmente ama?
Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una como lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia.
Dime francamente que sientes orgullo, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta, incon- stante, negligente... y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces, para sacudir de encima de ti tales miserias. No te avergüences ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos y tantos justos, tantos y tantos Santos de primer orden que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad y poco a poco se vieron libres de ellos.
Ni menos vaciles en pedirme bienes del cuerpo y del entendimiento; salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios. Todo eso puedo darte, y lo doy y deseo me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy ¿qué necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si conocieses los deseos que tengo de favorecerte!
¿Traes ahora mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué puedo hacer por tu hermano, por tu hermana, por tu amigo, por tu superior? ¿qué desearías hacer por ellos?
Y por mí ¿no te sientes con deseos de mi gloria? ¿no quisieras poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas tal vez mucho y que viven quizá olvidados de mí? Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo.
Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras interesarme algo en tu favor?
Soy, hijo mío, dueño de los corazones y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, donde me place.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas, con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio? ¿quién te ha menospreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para todas estas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.
¿Temes por ventura? ¿sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser injustificadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi Providencia. Contigo estoy, aquí, a tu lado me tienes: todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas, se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega, ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ellas, pues soy tu buen amigo? Cuéntame lo que, desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizás has tenido agradables sorpresas; quizás has visto disipados negros recelos; quizás has recibido faustas noticias, una carta, una muestra de cariño; has vencido una dificultad, salido de un lance apurad.
Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado; ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud v decirme sencillamente como un hijo a su padre: ¡Gracias, Padre mío, gracias!
El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.
¿Tampoco tienes promesa alguna que hacerme? Leo, ya lo sabes, el fondo de tu corazón: a los hombres se engaña fácilmente, a Dios no: háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquel objeto que te dañó? ¿de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿de no tratar más a aquella persona que turbó la paz de tu alma?
¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra, a quien, por haberte faltado, miraste hasta hoy como enemiga?
Ahora bien, hijo mío: vuelve a tus ocupaciones habituales, a tu taller, a tu familia, a tu estudio, pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario.
Guarda, en lo que puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es tuya también, la Virgen Santísima y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso todavía, más entregado a mi servicio: en el mío encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.
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